Posts etiquetados ‘arte callejero’

Acción Poética RosarioEntrevista de Federico Vazquez a Camilo, miembro del movimiento mural-literario Acción Poética Rosario, acerca de la revalorización de la palabra mediante la inclusión de la poesía como parte del paisaje urbano

 

Escuchar entrevista:

Ir a descargar

Editorial de Federico Vazquez que intenta evidenciar cómo es la relación entre la democracia y los muros a través de nuevas articulaciones en el espacio público.

Yo quería un parque

Las ciudades modernas han sido siempre espacios de afirmación de la democracia y, al mismo tiempo, de proliferación de la desigualdad social y las prácticas de exclusión. Incluso en las ciudades modernas más democráticas encontramos modelos de segregación espacial. De hecho, las configuraciones generadas por las interconexiones entre democracia, desigualdad social y espacio urbano cambian continuamente. Esto último justamente pretende ser el enfoque de esta editorial.

Si reflexionamos sobre la relación entre democracia y espacio urbano nos damos cuenta a priori de dos cosas relevantes, entre otras. En primer lugar, que la democracia es un proceso desigual que en la práctica contradice los modelos políticos usuales con que acostumbramos a valorarla. Estos modelos tienden a concebir la democracia como un proceso homogéneo que afecta a la vez y de una manera uniforme a todas las esferas de la vida social. En segundo lugar, nos damos cuenta de que no hay una correspondencia clara y directa entre la forma espacial y la forma política, aunque, por descontado, las dos están relacionadas y se influyen mutuamente. Hoy día, en muchas metrópolis del mundo, tanto en el sur como en el norte, podemos identificar procesos que recrean y difunden la democracia y la ciudadanía y, al mismo tiempo, procesos que socavan las condiciones mismas de esta difusión y deslegitiman algunas de las reivindicaciones más importantes. En estas ciudades, el espacio y el paisaje urbanos han sido el núcleo de la aparición de nuevas reivindicaciones y formas de derechos ciudadanos, y a la vez también de nuevas prácticas de segregación y discriminación, y ninguna de estas dos tendencias opuestas ha sido capaz de eliminar la otra.

En estos últimos años, las enérgicas reivindicaciones en favor de la democratización y la extensión de los derechos ciudadanos promovidas por los movimientos han contribuido a ampliarlos. Estos cambios, sin embargo, se han enfrentado a procesos de impugnación de derechos, sobre todo de derechos civiles, y de una reinvención de la separación social, a menudo a causa del aumento de la violencia urbana y el miedo a la delincuencia. Desde la perspectiva urbana, el ejemplo más evidente en este sentido es la proliferación de enclaves fortificados para las residencias y las actividades laborales y de consumo de las élites (estos son: countries, barrios cerrados y ahora barrios ‘abiertos’ pero que no son tales). Así mismo, la segregación urbana ha comenzado a adquirir un nuevo significado una vez más gracias a movimientos culturales. Estos movimientos denuncian, con la máxima claridad, las condiciones de injusticia y desigualdad omnipresentes en la periferia y, simultáneamente, recrean estas áreas como guetos. Mediante el análisis de diversas dimensiones de estos diferentes tipos de compromiso con la democratización y la segregación, espero contribuir al debate sobre el carácter de los espacios públicos y de la democracia en las metrópolis contemporáneas.

No hay duda que durante estos últimos tiempos el subcontinente entero se ha democratizado. Tampoco hay duda que esta democratización aún no ha alcanzado a algunas dimensiones de la sociedad. Como afirman James Holston y Teresa Caldeira (antropólogos, EEUU – Brasil), ha sido un proceso desigual que ha tenido como principal éxito la democratización del sistema político, y como principal fracaso, el incumplimiento de la justicia y la violación de derechos civiles; proceso desigual, que ha derivado en lo que ellos mismos denominan «democracia disyuntiva». Durante éstas últimas décadas las elecciones han sido libres, ha habido libertad de organización para los partidos políticos y las asociaciones cívicas; no obstante, las instituciones relacionadas con el orden público (la policía y el sistema judicial) han sido sistemáticamente incapaces de garantizar, ni siquiera mínimamente, la seguridad pública, la justicia y los derechos civiles. Los espacios urbanos de las regiones metropolitanas, sobre todo las periferias empobrecidas, constituyen una dimensión de la sociedad en la que podemos observar un compromiso imaginativo con la democratización y al mismo tiempo algunas de sus limitaciones más dramáticas.

 En estas latitudes, parte de los trabajadores entienden que la ilegalidad es la condición para poder convertirse en propietarios y vivir en la ciudad moderna. Las regiones metropolitanas se caracterizan por una clara dicotomía entre «la ciudad legal» (es decir, las zonas habitadas por las clases medias y altas con regulaciones urbanas, en su mayoría mercantilistas pero regulaciones al fin) y las periferias ilegales. Esto se ve con mayor potencia en países como Brasil, Venezuela o Colombia aunque no es ajeno a ninguno, claramente. Los trabajadores se construyeron sus propias casas en calles sin asfaltar y sin infraestructuras, y sin disponer de financiación, en el proceso de transformación largo y lento de la «autoconstrucción».

Hace algunas décadas comenzaron a aparecer en las periferias urbanas pobres de las regiones metropolitanas numerosos movimientos sociales vecinales. Los miembros de estos movimientos se daban cuenta de que la organización política era la única manera de obligar a las autoridades municipales a introducir las infraestructuras y los servicios urbanos en sus barrios. Descubrieron que el hecho de pagar impuestos legitimaba su «derecho a tener derechos» y «derechos a la ciudad», es decir, derecho a un orden jurídico y a la urbanización (infraestructuras, redes de suministro de agua, gestión de aguas residuales, electricidad, servicios telefónicos, etc.) de la que disponen el resto de los habitantes. Con estos movimientos sociales, los derechos van a ir más allá de la esfera laboral. La base de su movilización política era quitarse el estatus de ilegal/irregular de sus casas, de sus barrios, de sus familias, de sus vidas. No obstante, las profundas transformaciones en las regiones metropolitanas evidenciadas en procesos que tienen su plasmado material en el entorno urbano y que neutralizan las reivindicaciones de incorporación, han puesto en peligro estos movimientos de respaldo de la ciudadanía y las identidades cívicas. Mientras los sectores excluidos conquistaban algunos nuevos derechos, un número significativo de miembros de las clases alta y media van a comenzar a retirarse del centro, y más concretamente, de su espacio público. Recurrieron al temor a la violencia delictiva (que, ciertamente, creció a partir de mediados de década de los ochenta) como principal justificación para instalarse en zonas de las afueras de la ciudad que podían controlar mejor y de las cuales podían excluir a los pobres. Adoptaron un nuevo punto de vista sobre las virtudes de la iniciativa privada, que iban de la mano de las políticas neoliberales que asumieron la gestión económica. A medida que las soluciones privadas proliferan y se convierten en las más deseables y distintivas, los espacios urbanos antes considerados buenos se transforman en espacios desocupados, abandonados.

La privatización y unas fronteras rígidas (materiales o simbólicas), que fragmentan lo que antes eran espacios más abiertos, sirven para mantener separados los grupos. Estas separaciones se van creando de diversas formas: con muros, dispositivos de diseño, mismo la desconfianza, los prejuicios y el miedo a la delincuencia. Este miedo tiene consecuencias claras: fomenta nuevos símbolos de discriminación y criminalización de los más desfavorecidos.

 En resumidas cuentas, aunque el espacio urbano de las periferias ha mejorado en algunos casos (muy pocos) y se ha reforzado la ciudadanía política de sus habitantes, sus derechos civiles han retrocedido y su vida cotidiana se ha deteriorado a causa de diversos procesos como el aumento de la delincuencia violenta, los abusos policiales, el desempleo, la precariedad creciente de las condiciones laborales y el desmantelamiento parcial del Estado.

Esta periferia, donde las manifestaciones de desigualdad sociales son del todo evidentes y las condiciones de la vida cotidiana se convierten en especialmente difíciles, se convirtió en el lugar donde se organizaron una serie de movimientos culturales y formas artísticas que proliferaron gracias a la democratización y a un acceso más amplio a los recursos de la información y la comunicación. De esta manera, me referiré a los movimientos que expresan una visión diferente de la periferia y revelan algunas contradicciones importantes de la democratización. La música alternativa, el arte callejero, el hip-hop, los grafittis o la poesía se han convertido en un lenguaje con el cual la juventud expresa las injusticias, la violencia y las desigualdades que han sufrido. Es que formamos parte de la primera generación que ha llegado a la mayoría de edad en un sistema político democrático y al mismo tiempo bajo los efectos de las políticas neoliberales, con una nueva y «flexible» (des)cultura del trabajo. Nos vamos convirtiendo en adultos en un momento en que la expansión del consumo coincidió con el desempleo; el acceso generalizado a los medios de comunicación, con la percepción de la distancia que nos separa de los mundos que estos medios representaban; la educación formal, con la pérdida de importancia de ésta en el mercado laboral, y la mejora de las condiciones urbanas, con la delincuencia y la violencia.

Así, comprendemos que pibes y pibas de nuestra edad se conviertan en delincuentes. No es que estemos a favor de la delincuencia; de hecho, diametralmente opuesto a eso. De todos modos, esta misión se fundamenta en un sentimiento de revuelta. En efecto, es probable que exprese la forma de revuelta articulada con más energía que se haya visto en la sociedad durante muchos años. Y quizás haya quien se pregunte porqué optar por la revuelta. Eso es porque la revuelta supone resistencia; y por consiguiente, ya lo decía Stepháne Hessel: “el motivo de la resistencia es, y seguirá siendo, la indignación”. En el mismo sentido, al decir de Galeano “uno escribe para despistar a la muerte y estrangular los fantasmas que por dentro lo acosan; pero lo que uno escribe puede ser históricamente útil sólo cuando de alguna manera coincide con la necesidad colectiva de conquista de la identidad. Esto, creo, quisiera uno: que al decir: “Así soy” y ofrecerse, el escritor pudiera ayudar a muchos a tomar conciencia de lo que son. Como medio de revelación de la identidad colectiva, el arte debería ser considerado un artículo de primera necesidad y no un lujo. Pero en América Latina el acceso a los productos de arte  y cultura está vedado a la inmensa mayoría.”

 En definitiva, de esto se trata un poco la cosa: de hacer ciertas cosas porque sí. En un contexto donde casi nadie hace nada sin interés, creemos que mostrar estas acciones es una enseñanza y un deseo. Hay cosas, como la cultura y el arte, que no tienen valor material y esas, casualmente, son las cosas que queremos rescatar.